Por Lic. Olga Rodríguez, Directora PUAI - FFHA, UNSJ
Las culturas de todos los tiempos
han establecido su calendario en función de diversas razones: del movimiento de
los astros, de su ciclo productivo, de hitos históricos relevantes, etc.,
determinado el comienzo y el final del “año”, o ciclo temporal que abarque todo
el proceso estipulado para ese fin. Sin embargo, desde la generalización del
calendario gregoriano, muchas culturas coinciden en la determinación del año de
365 días, con su inicio el 1 de enero y su fin el 31 de diciembre. Mientras que
los Pueblos Originarios del mundo no lo hacen en esas fechas ya que sus hitos
son diferentes. Es el caso de los Pueblos Andinos de estas tierras de la América del Sur, como los
Pueblos Quechua, Aymara, Mapuche, Colla, Diaguita, Huarpe, Pehuenche, entre
otros, que establecieron ancestralmente entre el 21 y el 24 de junio el momento
de inicio del año. Esta fecha, con distintos nombre, Inti Raymi, Machaq Mara,
Mosoq Wata, o Wiñoy Xipantu, para algunos de ellos, fue también objeto de
despojo para sus pueblos. Los invasores españoles les impusieron el calendario
gregoriano, como un acto más de aculturación y soberbia hegemónica, sin
respetar sus cosmovisiones, sus símbolos y sus creencias. La construcción de esta
América “mestiza” se hizo a partir de la
deconstrucción de la América
profunda, la Abya Yala.
El imperativo de la dominación y la “salvación redentorista” de los indígenas
por los españoles colonizadores se cobró el mayor precio identitario al
suplantar su calendario por el católico, sin respetar siquiera lo que
establecieron en las Leyes de Indias los Reyes Católicos. Así, los Pueblos
Originarios tuvieron que obedecer “piadosamente” y aprender a profesar y a
querer la religión católica.
De esta manera, también celebran
a la Virgen María
y sus diversas advocaciones, al Sagrado Corazón de Jesús y todos los Santos y
Apóstoles. Y si bien todas estas celebraciones se configuran como Fiestas
Patronales, tal vez la más significativa en esta América construida deconstruidamente,
para darle más fuerza al proceso impuesto, es la referida a San Juan Bautista,
uno de los más celebrados entre la feligresía americana. La iconografía nos
habla de quien bautizó a Jesús, jerarquizando el acto del bautismo como central
y de máxima relevancia entre los sacramentos, ya que con él “nos convertimos a
su imagen y semejanza”, con el bautismo “entramos en el Reino de Dios”, somos
lo que debemos ser según la religión católica. Y no es de extrañar la
coincidencia en fecha: el 24 de junio. Para los Pueblos Andinos Originarios es
el año nuevo en cuanto nace el hombre nuevo, coincidiendo con el día
(aproximadamente entre el 21 y el 24) de mayor cantidad de oscuridad, la noche
más larga, que significa el punto extremo de distancia del sol de la tierra, ya
que a partir del 25 el Sol comienza a acercarse, a calentar, a renovar la vida.
De allí el tiempo nuevo y por ende, el hombre nuevo.
En estas tierras cuyanas, los
Huarpe, lo celebran muy silenciosamente, sin fiesta ni solemnidad, sino sencillamente
en un ritual individual o familiar, prácticamente. Así nos lo contó José
Morales, de San José (Dpto. de Lavalle, Mendoza), luego de una larga “conversa”
sobre el tema en una ronda con miembros de los Pueblos Pilagá, Qom y Wichi,
hace unos años en el Chaco. “Mi papá nos hacía levantar muy temprano, antes de
las 6 de la mañana, y nos hacía lavar la cara mirando los 4 puntos cardinales,
y nos contaba que antes ellos se bañaban en las lagunas, aunque hiciera mucho
frío, y si no había agua, al menos recogían las gotas del rocío de las plantas
y con ellas se lavaban también mirando los 4 puntos cardinales. Luego ponían un
ramo de atamisqui en el corral de las cabras para que hubiera buenas
pariciones”. Qué coincidencia: el agua que “limpia” para ellos y para los
católicos la que “bautiza”, nos hace cristianos.
También en Lagunas del Rosario,
Rubén Díaz, el Presidente de la Comunidad Huarpe, hace algunos años que hace
silenciosamente el ritual del Año Nuevo Huarpe. Sentado en el Alto de los
Pañuelitos, cerca de su puesto, espera la salida del sol, “para verlo bailar”,
como él dice, y como lo hemos visto en varios 24 de junio, junto a los alumnos
y docentes de la escuela “Elpidio González”, de ese pueblo, y alumnos de la
facultad de Filosofía, Humanidades y Artes, del PUAI también, con quienes hemos
compartido el ritual. Rubén nos salpica con una rama de jarilla que sumerge en
una fuente de agua “para limpiarnos”, dice, y luego nos sentamos sobre el
médano esperando ver el sol bailar…Y
Fabián Esquivel nos decía en una ocasión “si no hay nubes es que tendremos un
buen año, con muy buenas pariciones y mucha lluvia para el campo, no faltará
comida para los animales”. Y Rubén también coloca en el corral de sus cabras un
ramo de atamisqui “para protegerlas y que hayan buenas pariciones”. En
ocasiones tuvimos la visión esperada, “ver bailar el sol” sobre el horizonte, y
nos sentíamos con la paz y la tranquilidad interior de que la experiencia
compartida nos hacía darnos cuenta de cuánto están unidos los Huarpe con su
Madre Tierra, con la naturaleza, con cuánta sencillez y respeto ritualizan su
conjunción y su devoción hacia ella, centrando su tiempo en este inicio, el Año
Nuevo desde el ritmo de su Pecne Tao. Por eso, MUY FELIZ AÑO NUEVO HERMANOS
ORIGINARIOS, y MUY BUEN AÑO PARA TODOS…y sobre todo, que se reconozca su
calendario para concretar también en ese acto la interculturalidad tan
esperada…
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