Artículo del Pbro. Raúl Benedetti, párroco
de Nuestra Señora de Aránzazu, Victoria, Entre Ríos y de monseñor
Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú, publicado en el diario
Tiempo Argentino (16 de diciembre de
2011)
“Manifiesto es, por infinitos testimonios
(…) la mansedumbre y pacífica y modesta natural cualidad y condición
de los habitadores naturales desta isla
y las pocas y leves y casi ningunas armas que tenían (…)”HISTORIA DE LAS INDIAS, Fray Bartolomé de las Casas
y las pocas y leves y casi ningunas armas que tenían (…)”HISTORIA DE LAS INDIAS, Fray Bartolomé de las Casas
En este mes de diciembre celebraremos los
cinco siglos de una homilía famosa, pronunciada por Fray Antonio de
Montesinos, en la capital de la isla llamada “la Hispaniola”, actual
Santo Domingo, precisamente con motivo de las ferias de Adviento. El
relato de este episodio nos viene en la obra Historia de las Indias de
Fray Bartolomé de las Casas, un conocido defensor de los derechos de
los indios.
La comunidad religiosa de la Orden de los
Predicadores —más conocida como “dominicos”—, le encomendó a Fray
Antonio la lectura de la predicación, que todos previamente habían
rezado, acordado y firmado. Aquel domingo 21 de diciembre de 1511
quizás el sol irradiaba su luz con más fuerza que otros domingos;
parecía ser uno más pero se convirtió en el primer escalón de un
largo camino que terminaría en España, cuando el Rey decretase las
Leyes de Indias, varios años después.
Habiendo llamado la atención de los casi
adormilados oyentes, el padre Antón, como le llamaban, preanunció
que tenía que decir cosa gravísima, “la más nueva que nunca oísteis,
la más áspera y dura y más espantable y peligrosa que jamás
pensasteis oír”, espetó con énfasis el predicador.
Se acomodaron curiosos en sus asientos
rústicos los españoles, terratenientes que se iban enriqueciendo de
modo impensable en estas prósperas e inagotables tierras americanas,
presididos por don Diego de Colón, hijo del descubridor. Estos
beneficios económicos se debían a la mano de obra barata que
representaba la ayuda de los naturales, en aquel tiempo llamados
“yndios”.
El púlpito parecía quedarle chico al padre,
de buena estatura él, cuando arrancó con la frase del Evangelio de
aquel domingo 21 de diciembre: “Ego sum vox clamantis in deserto”
(“Yo soy la voz que clama en el desierto”) y no se arredró para nada
cuando atacó con lo más importante del mensaje:
“Esta voz os dice que todos estáis en pecado
mortal, y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis
con estas inocentes gentes. Decid ¿con qué derecho y con qué
justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios?
¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas
gentes, que estaban en sus tierras mansas y pacíficas donde tan
infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos habéis
consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de
comer ni curarlos en sus enfermedades en que, de los excesivos
trabajos que les dais, incurren y se os mueren y, por mejor decir,
los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? Y ¿qué cuidado tenéis
de quien los doctrine, y conozcan a su Dios y creador, sean
bautizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Éstos no
son hombres? ¿No tienen almas racionales? ¿No estáis obligados a
amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís?
¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos?
Tened por cierto que en el estado en que estáis no os podéis más
salvar que los que carecen y
no quieren la fe de Jesucristo”.
Concluido el sermón, se bajó del púlpito con
la cabeza no muy baja, porque no era hombre que quisiese mostrar
temor, así como no lo tenía, narra Bartolomé de las
Casas.
¿Imaginan lo que pasó luego? Un revuelo
jamás pensado. Unos querían se desdijese. Los otros frailes
dominicos cerraron filas junto al padre Antonio, afirmando que lo
predicado contaba con el beneplácito y aprobación de toda la
comunidad. Colón que interviene y amenaza a la comunidad religiosa
exigiendo una retractación. Solamente quienes no conocieran a
aquellos frayles podían esperar una disculpa. Al domingo siguiente
un templo repleto se encontró con la misma claridad y más
fundamentos a lo dicho una semana atrás, y la exhortación a “que con tiempo se
remediasen, haciéndoles saber que a hombres de ellos no los
confesarían, más que a los que andaban
asaltando”.
Y el lío que llega a España, y los
estudiosos que investigan las cosas, y dimes y diretes…
Ahí nace en estas tierras –al menos en lo que tenemos
documentado– la firme postura de la Iglesia como defensora de los
derechos de las gentes denunciando a quienes buscan la riqueza a
costa del sudor y la sangre del pobre.
Por eso Juan Pablo II afirmó que: “Desde los primeros pasos de la
evangelización, la Iglesia católica, movida por la fidelidad al
Espíritu de Cristo, fue defensora infatigable de los indios,
protectora de los valores que había en sus culturas, promotora de
humanidad frente a los abusos de colonizadores a veces sin
escrúpulos”. Y menciona entre quienes predicaban señalando
injusticias y atropellos a Antonio de Montesinos y Bartolomé de las
Casas. (Juan Pablo II, 12/10/1992)
Pero no todas fueron luces. También nos
duelen las sombras de silencio, cobardía o
complicidad.
Esta necesidad de promover los derechos
humanos y cuidar especialmente de los pobres aún no termina. Sin
duda que los procesos de liberación iniciados hace dos siglos junto
con el afianzamiento de la democracia han redundado en Justicia y
Libertad para nuestros pueblos. Pero también hemos de reconocer que
en muchos lugares los aborígenes o habitantes naturales son
explotados o desplazados de sus tierras. Hay extensas regiones
sometidas al saqueo de riquezas minerales, vegetales o animales
depredando el ambiente y provocando daños irreversibles a la
biodiversidad. Con maquinarias más poderosas y formas sutiles de
dependencia y opresión se han ido reeditando injusticias en toda la
historia de América Latina durante estos cinco siglos. No por
casualidad terminamos siendo el Continente más desigual del
Planeta.
También hoy, cerca de la Navidad, hace falta
mirar a los más pobres y excluidos.
Seguimos en deuda, fray Antón.
Pbro. Raúl Benedetti,
párroco de Nuestra Señora de Aránzazu,
Victoria, Entre Ríos
Monseñor Jorge Eduardo Lozano,
obispo de
Gualeguaychú
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